A José A. Lago, poeta
A
esa hora en que mi madre se partía de dolor
rodearon
la casa y el barrio, todo el País
fue
incendiado como se incendia la fiebre.
Me
subieron a un camión como a tantos otros
desnudos
de futuro. Ya no me llamé nunca más
por
mi nombre ni nadie me llamó
sólo
tenía un número largo como la carretera
donde
íbamos, mejor dicho,
por
donde nos llevaban: éramos cerdos
con
un número por tatuaje
y una carretera oscura en
plena noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario